Si la
primera generación de autores que cimentó y erigió el parnasianismo había
nacido en torno al año 1820, la segunda, que tomó el testigo para expandirlo
hasta sus límites, vio la luz en torno a 1840. En consecuencia, es la década de
los años sesenta del siglo XIX la que asiste a la eclosión magnífica y
abundante de este movimiento. Abundante, sí, pues hubo un gran número de
autores publicando un gran número de obras al mismo tiempo: Catulle Mendès, François
Coppée, Albert Glatigny, José María de Heredia, Henri Cazalis, Armand
Silvestre, Leon Dierx, Sully Prudhomme, Louis Xavier de Ricard… Todos ellos,
teniendo en común una misma pauta y una misma plataforma: la editorial parisina
de Alphonse Lemerre. En ella, los viejos y los nuevos parnasianos se pusieron
de acuerdo para publicar en común sus rimas, dando lugar a las antologías de
“Le Parnasse contemporain”. Después, llegarían los poemarios, dando forma así a
la peculiaridad creativa de cada cual.
Desde luego,
la más conocida muestra de lo peculiares que podían a llegar a ser los
rimadores parnasianos se encuentra en el famoso cuadro de 1872 “Un coin de
table” (o “un pico de la mesa”) de Fantin-Latour, que reúne a un buen puñado de
ellos:
De izquierda
a derecha, están sentados los archiconocidos Paul Verlaine y Arthur Rimbaud
-rebeldes y cargantes profesionales-, seguidos por Léon Valade -con los brazos
cruzados, afable y sutil-, Ernest d'Hervilly -fumando en pipa y afectando
rusticidad- y Camille Pelletan -el que mira de soslayo, no tan enigmático como avergonzado
por quebrantar el luto general-. De pie, tres parnasianos más, aunque hoy no se
les eche mucho de menos: Pierre Elzéar, Émile Blémont y Jean Aicard. Y, sin
embargo, los catálogos de pintura aseguran que en el óleo están representados
nueve poetas. Según los que de esto entienden, el florero que ocupa el extremo
derecho de la escena sustituyó al retrato de Albert Mérat, quien se negó en
redondo a pasar a la Historia junto al “enfant terrible” de Rimbaud, por alguna
suerte de desavenencia de índole personal. Mas lo que no llegó a columbrar el
bueno de Fantin-Latour, ni tantos y tantos historiadores despistados, es que lo
que asomaba por la derecha era, en realidad,
………el
simbolismo.
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