Dijo Goethe que, al principio, fue el verbo.
Pero
nosotros -los sacerdotes de Apolo- no somos tan ambiciosos, no podemos ni
queremos extraviarnos en conjeturas sobre orígenes tan remotos que, a pesar de
todas las hipótesis y razonamientos, sólo podemos tener la certeza de su
improbabilidad, es decir, de que no cabe prueba alguna sobre ellos. Una
respuesta buscamos, no más: ¿dónde estuvo el origen del parnasianismo?
“La Idea de la Belleza nació, cayendo en espiral entre
muchas estrellas, como el cabello de una mujer entre perlas hasta que, a lo
lejos, se iluminó en las colinas aqueas, y allí moró”. Sólo alguien que hubiera
asistido, espectador privilegiado y vetusto, al surgimiento de la Belleza en el
mundo, podría haberse expresado tan atinada y elocuentemente sobre ese
acontecimiento crucial de la Historia. Pero, como el hombre que escribió esa
frase resulta que aún no había nacido, sólo pudo ser el mismísimo Apolo quien
le eligiera como portador y divulgador de ese conocimiento supremo: que la
Belleza se asentó sobre el Parnaso, antes que sobre ningún otro lugar del
mundo.
La frase que he citado pertenece a una obra del
escritor virginiano Edgar Allan Poe -concretamente, “Al Aaraaf”. ¿Qué quiero
decir con esto? ¿Que el parnasianismo FRANCÉS tuvo su origen… no sólo fuera de
Francia, sino fuera de Europa y de Asia, al otro lado de un inmenso océano?
¡Rotundamente, sí! A partir de Edgar Allan Poe, toda
noción relativa a cánones estéticos, principios poéticos y finalidades
literarias, se verá trastocada de una manera absoluta y radical. Este genio,
que representa por sí mismo un auténtico “año cero” para la literatura -de modo que
puede hablarse de una “literatura antes de Poe” y una “literatura después de Poe”-, no sólo
recogió la herencia clásica, nacida en la Hélade y “renacida” en Italia, que el
romanticismo había dejado abandonada en un rincón; también entronizó al sueño y
al ensueño, como fundamentos de la vida.
Su libro “Eureka” se abre con una dedicatoria que
dice: “a los que sienten más que a los que piensan, a los soñadores y a los
que depositan su fe en los sueños como únicas realidades…”
Y en “Eleonora” matizó lo anterior, asegurando:
“aquéllos que sueñan de día conocen muchas más cosas que escapan a los que
sueñan sólo de noche”.
Por último, “el primer elemento de la poesía es la necesidad
de una belleza sobrenatural que las formas naturales existentes no pueden
proporcionar mediante ninguna clase de combinación. Su segundo elemento, la
tentativa de satisfacer dicha necesidad mediante combinaciones novedosas de las
formas de belleza halladas de antemano o de otras combinaciones que nuestros predecesores,
pugnando para cazar el mismo fantasma, ya hayan puesto en orden.” Así se
expresó Poe en una reseña del año 1842 a un libro de Longfellow (el segundo
volumen de sus “Baladas y otros poemas”).
De este modo, Poe contradice a sus propios
compatriotas y contemporáneos, mayoritariamente utilitaristas. Poe también desmiente
-por compararlo con el panorama literario español- tanto a Calderón como al
Quijote. Poe extiende el certificado de defunción de la novela gótica, cuyos
temores de base supersticiosa y apriorística son sustituidos, como diría
Lovecraft, por un “horror cósmico” o “no natural”, que nada tiene que ver con
los dogmas cristianos. Y, sobre todo, Poe plasma en su obra una estética que,
aunque en la refractaria sociedad en que vivió tardaría tiempo en causar algún
efecto, adoptada por el único espíritu afín que pisaba la superficie del
planeta por aquel entonces, se convertiría en el revulsivo de la literatura
moderna: me refiero, cómo no, a Baudelaire, su traductor e introductor en
Francia; y al parnasianismo, como corriente literaria basada en el ensueño.
Y, sí, han leído bien, un poco más arriba: Poe fue, y
sigue siendo, virginiano, pues nació en la región y estado de Virginia. ¡Al
dios Apolo le trae sin cuidado lo que pudieran acordar George Washington y el
King George, pues en el monte Parnaso todavía no se ha reconocido a
“Estados-Unidos-de-América” como cuna de nada… y menos del Profeta de la
Belleza!
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