domingo, 4 de septiembre de 2016

Y al principio fue... (2)



Edgar Allan Poe representa, para la literatura moderna, lo mismo que un tronco robusto a reventar de savia para las innumerables ramificaciones que se expanden sobre él. Aquí, voy a dejar a un lado sus facetas más conocidas de cimentación de algunos géneros novelescos -como el detectivesco y el del horror cósmico-, y voy a centrarme en los elementos de su concepción estética que le conectan directamente con Charles Baudelaire y la literatura francesa.


Para hallarlos, basta con echarle un vistazo a la apasionada defensa que este último escribió, como frontispicio a la primera edición europea de las obras del virginiano.


En primer lugar, está la sacralización del ensueño como única realidad -que ya he comentado en la anterior entrada del blog-, y la adoración de la personificada Belleza que mora en las montañas de la Hélade, es decir, del divino Apolo.


En segundo lugar, hay que poner atención en la manera como Baudelaire se refiere ante todo a Poe: como caricatura de un hombre, como bufón. Pero, ojo, no como un bromista cualquiera, simplemente grotesco y burlesco; sino como el bufón shakespeariano del rey Lear o del duque Orsino: un bufón al que todos desprecian, pero que guarda en su corazón la verdad genuina, y se la escupe, disfrazada de chanza, a cuantos ciegos y sordos le rodean. ¡Una verdad que “se grita en la calle pero nadie la escucha”, como reconoce el shakespeariano “Henry the Fifth”…! (Sí, Cervantes es grande, pero Shakespeare es MUCHO más grande: un sacerdote de Apolo puede agarrarse mucho mejor a sus frases.)




En la propia obra de Poe hallaríamos, sin demasiada dificultad, a su alter ego perfecto: “Hop-Frog”, el risible burlador y ejecutor de sus propios amos, el enamorado de la delicada Trippetta -o lo que es lo mismo, de la belleza personificada-. Un personaje tal, por fuerza, no puede ser sociable; ya que ser sociable implica beber de las mismas fuentes de prejuicios que el resto, asentir dócilmente ante las mismas explicaciones y justificaciones de los sucesos del mundo que el resto, respetar sin rechistar lo mismo que el resto cree respetable; en fin, afectar seriedad cuando se enuncian públicamente los dogmas sagrados que cimentan el edificio cívico bajo el que todos nos cobijamos -por fuerza, para no acabar asesinándonos los unos a los otros-. Mas, cuando resulta imposible, como le ocurrió a Poe, uno se ve forzado a vestir el traje de bufón y a ejercer la única profesión que la fatalidad de su carácter le permitiría sobrellevar -para sobrevivir a sí mismo y a su entorno. Llegado a este punto, me veo obligado a citar esta frase del “Gaspard de la Nuit”, de Aloysius Bertrand (concretamente, su veneciana “Chanson de la masque”): “¡Ni con los hábitos ni con el rosario emprendo yo la vida, ese peregrinaje hacia la muerte, sino con la pandereta y el traje de bufón!” ¿Se adivina ya quién fue también el primer defensor a ultranza que tuvo Bertrand entre sus paisanos? Nada menos que Baudelaire: léase la dedicatoria de su “Spleen de Paris”, en la que consignó expresamente su discipulado de Bertrand con respecto al moderno género del “poema en prosa”. 



¡Nada es casual en esto de la vida, loado sea Apolo!



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