Siguiendo con los comentarios a la semblanza de Poe
que escribiera Baudelaire, toca referirse, por tercer día consecutivo, a las grandes
verdades que el “bufón” virginiano echara en cara a sus contemporáneos.
A la cabeza del repertorio de admoniciones oníricas
hay que situar el principio o postulado de la perversidad humana: ningún hombre
es bueno por naturaleza, como afirmaban Rousseau y tantos otros; sino malvado y
radicalmente malvado, como no se cansaba de mostrar Poe en sus cuentos. Bajo
ese prisma, el título de la obra central de Baudelaire, “Les fleurs du mal”, se
revela en todo su pleno significado. Lo que florece en los hombres, lo que más
sencilla y naturalmente producen, son actos malvados: “El gato negro”, “El pozo
y péndulo”, “El barril de amontillado”, “Metzengerstein”, el paradigmático
“Demonio de la perversidad”, etc., ¿qué pueden ser, sino otras tantas “flores
del mal” precursoras, sólo que en prosa?
Después, hay que aludir a su recalcitrante mofa de la
doctrina del “progreso por el progreso”, forzosamente consecuente con la ingenua
fe en la bondad de los hombres. Al utilitarismo al uso en la época, y
especialmente exaltado en el Nuevo Mundo, los parnasianos opondrían la doctrina
del “arte por el arte”. Cualquiera diría que no tiene mucho sentido responder a
una perogrullada con otra, que tan censurable sería la postura del progresista
como la del artista que reacciona contra él. Pero, ¿no sería lo razonable
cuestionar por qué la humanidad tiene que avanzar en sentido ascendente con
respecto a todo pasado, es decir, por qué ha de suponerse que todo tiempo
pasado habrá de ser... peor? ¿Y si, cabalmente, resultara que ocurre lo
contrario? Así lo entienden Poe y Baudelaire, negando que un hombre especializado
de los tiempos modernos sea un hombre “más hermoso” que el bárbaro de los
tiempos pasados, cuyo surtido de recursos y experiencias para hacer frente a un
entorno hostil y salvaje era mucho más amplio. Al fin y al cabo, los
parnasianos pagaban a los utilitaristas con su propia moneda: ser inconsecuente
con los inconsecuentes no puede generarle mala conciencia a nadie.
Por último, Baudelaire hace una breve mención al
desprecio con que Poe asistió al auge de los movimientos igualitaristas y
democráticos, y las acerbas críticas que escribió contra los primeros
impulsores del futuro socialismo. Sobre este punto, haré especial hincapié en
su repudio expreso de las ideas de Charles Fourier en Francia -porque uno de los más
importantes escritores parnasianos, Leconte de Lisle, había sido en su juventud
un ferviente defensor de las ideas fourieristas-. Sin embargo, el profundo
desengaño vital resultante del fracaso de las revoluciones de 1848, le llevó a
desistir de la lucha política y a concentrar todas las energías de su espíritu
subversivo en una escritura aséptica... aparentemente, como tendremos ocasión de comprobar más adelante. Por otro lado, la represión
reaccionaria de su tiempo no dejaba otra alternativa a muchos intelectuales que
la de aparentar ser inofensivos: era eso, o la cárcel. Desde luego, a lo que
nunca se avinieron ni Poe ni los parnasianos fue a conformarse y a integrarse.
¡Afán de distinción, de “dandismo”, como nunca se cansó de postular Baudelaire!
Cualquier cosa, antes que claudicar y dejarse arrastrar por la corriente de
mediocridad imperante, que siempre ha amenazado con engullir a los artistas de
todos los tiempos. ¿No decía el autor de "Los paraísos artificiales" que lo importante en la vida era estar siempre embriagado -fuera de vino, de virtud... o de poesía?
Pero de esta faceta elitista y subversiva que Poe concibió
para el arte ya hablaremos más largo y tendido, cuando toque el turno de
ocuparse específicamente del propio Baudelaire.
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