Al igual que sucede
en el caso de Ménard, al aristocrático Louis-Xavier de Ricard le hallaremos más ocupado
en teorizar y dirigir a otros que en versificar. De hecho, sus poemas
son obras precoces y se reúnen en un par
de libros, el más influyente de los cuales fue “Ciel, rue et
foyer”-publicado en 1866, el mismo año en que, junto a Catulle Mèndes y
Alphonse Lemerre, fundara “Le Parnasse contemporain”.
Vástago de un
general francés, Ricard vivió una juventud opulenta, y
desde el principio se decantó por dedicarse al activismo político,
dirigiendo él mismo o colaborando en publicaciones
periódicas. De ideología revolucionaria y anticlerical, en años
sucesivos desarrollaría una intensa actividad periodística siguiendo los
únicos dictados de su capricho… sin perjuicio de la constante
interdicción de sus iniciativas por la estricta censura impuesta
por el régimen reaccionario de Napoleón III. Así, con veinte años, el
diario fundado por él mismo -“La revue du progres”, para el que escriben
numerosos socialistas y ateos, e incluso un Verlaine principiante-, es
clausurado a instancias de las denuncias presentadas
por la curia católica francesa; y en el proceso subsiguiente, a Ricard
se le condena a prisión y a pagar una cuantiosa multa, por injurias a la
moral y a las buenas costumbres (aunque sólo cumplirá tres de los ocho
meses que dicta la sentencia).
Lejos de sentirse
cohibido o aleccionado tras aquella amarga experiencia, el perseverante
Ricard decidió aprovechar, tras la salida de la cárcel, las numerosas muestras de afecto
de sus amigos y compañeros para organizar
un salón literario, en cuyas reuniones germinaría, en el plano
artístico, el futuro movimiento parnasiano. Cuando Verlaine rememoró más
tarde las veladas de Ricard, le describió “lleno de tanta vivacidad
como de cordialidad, yendo de un grupo a otro, discutiendo
con ardor de estética y de revolución, del soneto y del federalismo,
pero siempre con plena convicción” de sus opiniones. Esta clase de
hombres entusiastas y abnegados, pese a no llegar nunca a rozar la
genialidad, se erigen en impulsores inestimables de aquellos
otros que, contando efectivamente con ese don, se desenvuelven de
manera demasiado torpe y corren el riesgo de pasar desapercibidos en
medio de una sociedad bulliciosa y frenética. Y ahí se encuentra su
mayor mérito: en su buen criterio y su habilidad para
descubrir al genio, y en su fortaleza para defenderlo a capa y espada
de cuantos detractores se opongan a su éxito.
Bien es cierto que
su papel en el parnasianismo no fue más allá de las primeras etapas.
Tras los sucesos de 1871, su activismo político y su estrecha
vinculación con la recién derrotada Comuna, le obligaron
a exiliarse a Suiza. Jamás regresaría a París. Después de una corta
estancia en Sudamérica, se afincaría finalmente en Montpellier (sus
antepasados procedían de la región de Languedoc), para participar
activamente en el resurgir del idioma occitano capitaneado
por Frédéric Mistral.
No obstante, entre
sus largas tiradas de versos (en los que existe una cierta reiteración
de temas y de rimas), moldeados a la manera épica de Leconte de Lisle,
pueden hallarse algunas valiosas joyas que
no merecerían caer en el olvido y que he decidido traducir para su
divulgación en este blog.
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