Si Apolo tratara de hallar, entre los hombres, a uno merecedor de obtener la inmortalidad divina para serle confiada la custodia de los accesos al monte Parnaso, a buen seguro que no hallaría a nadie con tanto "valor" -es decir, tan valeroso y tan valioso- como a ese guerrero de la Belleza que luchó, el 25 de febrero de 1830, en la famosa "batalla" de Hernani: Théophile Gautier.
Ataviado con su llamativo chaleco rojo, agitando su larga melena, este joven admirador de Víctor Hugo ha pasado a la Historia del Arte como un terco defensor del romanticismo. El propio Hugo decía de él, en un artículo periodístico de 25 de diciembre de 1835, que: "su espíritu está dotado de un verdadera originalidad. En todo muestra horror por lo banal, lo corriente, lo convencional. En todo busca la faceta distinguida, elegante, espiritual, paradójica, singular, extraña a veces, aquello en lo que pocas miradas han reparado."
Sin embargo, nada más lejos de la realidad; pues tan sólo cinco años después de aquel memorable estreno -y poco antes del citado artículo-, la publicación de su novela "Mademoiselle de Maupin" probaría que sus aspiraciones reformistas no se contentaban con denunciar el anquilosamiento de la literatura en el período de la Restauración borbónica: había también que denunciar la impostura de muchos de sus anteriores compañeros de armas, falseando el fin último de la obra de arte. Poniendo sus propias opiniones en boca del protagonista, Gautier dejó sentencias tan lapidarias como éstas: "la virtud es la corrección de la forma"; o "a falta de las virtudes del alma, quisiera, al menos, la perfección exquisita de la forma: ya que no puedo tener el amor, quisiera la voluptuosidad"; o "adoro sobre todas las cosas la belleza de la forma: la belleza es la divinidad visible, la dicha palpable, el cielo que ha descendido a la tierra". El prefacio de la novela podría considerarse como el "Manifiesto parnasiano" por excelencia. Aquí se puede hallar el credo estético cuya síntesis han reflejado durante más de cien años los libros de Historia -"el arte por el arte". Por ejemplo, cuando Gautier asegura que "nada de lo que es hermoso resulta indispensable para la vida. Todo lo útil es feo, porque es la expresión de alguna necesidad, y las del hombre son ruines y desagradables, igual que pobre y enfermiza es su naturaleza." Y luego, remata con: "El rincón más útil de una casa son las letrinas". ¡Caramba! Acabamos de hallar la "chispa" de la originalidad del presunto artista Tristan Tzara, ése "loco-no-maravilloso" que plantó un urinario en un museo e inauguró con él la antítesis del pensamiento de Gautier: el dadaísmo, una transvaloración de valores A PEOR, cuyas funestas secuelas aún hoy padecemos por doquier.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad; pues tan sólo cinco años después de aquel memorable estreno -y poco antes del citado artículo-, la publicación de su novela "Mademoiselle de Maupin" probaría que sus aspiraciones reformistas no se contentaban con denunciar el anquilosamiento de la literatura en el período de la Restauración borbónica: había también que denunciar la impostura de muchos de sus anteriores compañeros de armas, falseando el fin último de la obra de arte. Poniendo sus propias opiniones en boca del protagonista, Gautier dejó sentencias tan lapidarias como éstas: "la virtud es la corrección de la forma"; o "a falta de las virtudes del alma, quisiera, al menos, la perfección exquisita de la forma: ya que no puedo tener el amor, quisiera la voluptuosidad"; o "adoro sobre todas las cosas la belleza de la forma: la belleza es la divinidad visible, la dicha palpable, el cielo que ha descendido a la tierra". El prefacio de la novela podría considerarse como el "Manifiesto parnasiano" por excelencia. Aquí se puede hallar el credo estético cuya síntesis han reflejado durante más de cien años los libros de Historia -"el arte por el arte". Por ejemplo, cuando Gautier asegura que "nada de lo que es hermoso resulta indispensable para la vida. Todo lo útil es feo, porque es la expresión de alguna necesidad, y las del hombre son ruines y desagradables, igual que pobre y enfermiza es su naturaleza." Y luego, remata con: "El rincón más útil de una casa son las letrinas". ¡Caramba! Acabamos de hallar la "chispa" de la originalidad del presunto artista Tristan Tzara, ése "loco-no-maravilloso" que plantó un urinario en un museo e inauguró con él la antítesis del pensamiento de Gautier: el dadaísmo, una transvaloración de valores A PEOR, cuyas funestas secuelas aún hoy padecemos por doquier.
Gautier fue un creador prolífico pero a la vez meticuloso y exquisito, un genio inconmensurablemente dotado para el manejo del idioma francés. Obró, con las letras, los milagros que no había podido realizar en la pintura -su verdadera vocación y ocupación de juventud, para la que carecía del talento preciso en un París repleto de brillantes pintores y una feroz competencia. Se convirtió en un magnífico experto en pintar con las palabras, en un escritor insuperable en la concepción y elaboración de pasajes descriptivos.
Y sus contemporáneos más capaces supieron valorarlo y admirarlo justamente. La consabida dedicatoria de un poemario tan esencial como es "Les fleurs du mal", atestigua el aprecio artístico que por él sentía el gran Baudelaire: "AL POETA IMPECABLE (con mayúsculas en el original), al perfecto mago de las letras francesas, a mi muy querido y muy venerado maestro y amigo..." Esto, en lo referente a su poesía; pero, en lo referente a su prosa, además, el gran Sainte-Beuve -el crítico literario más influyente de entonces- lo consideraba el mejor columnista de arte de Francia. Bastante menos conocida, su obra crítica fue, sin embargo, la que contribuyó a mantener sus ingresos en un nivel suficiente para vivir de manera holgada hasta el fin de sus días; así como su apreciada literatura de viajes, en la que no podía por menos que destacar, gracias a su talento descriptivo. Y, sin embargo, él mismo admitió en "Mademoiselle de Maupin" que su labor no era nada fácil, quejándose así: "¡si hubiese palabras para contarte lo que siento! Pero las lenguas están hechas por no sé qué granujas, que nunca han mirado con atención el pecho de una mujer, y no disponemos ni de la mitad de los términos imprescindibles". A pesar de lo cual, nunca se concedió a sí mismo el más mínimo respiro en la búsqueda de lo sublime, y Baudelaire asegura que una vez le oyó comentar: "Todo hombre que ante una idea, por sutil e imprevista que nos parezca, se quede fuera de juego, no ha de ser escritor: lo inexpresable no existe".
Gautier fue también un refractario absoluto a las ideas de progreso y moral que dominaron su tiempo: lo útil y el bien no tenían cabida en el objeto de su trabajo. Por eso, optó por situar la mayoría de sus obras en lugares lejanos en el espacio y en el tiempo: en exóticas ubicaciones -Egipto, India, Arabia, España, siendo un viajero empedernido- y en épocas remotas -sobre todo, en el tiempo de los faraones todopoderosos, o de los galantes marqueses de afilados estoques y amanerados encajes.
Gautier fue también un refractario absoluto a las ideas de progreso y moral que dominaron su tiempo: lo útil y el bien no tenían cabida en el objeto de su trabajo. Por eso, optó por situar la mayoría de sus obras en lugares lejanos en el espacio y en el tiempo: en exóticas ubicaciones -Egipto, India, Arabia, España, siendo un viajero empedernido- y en épocas remotas -sobre todo, en el tiempo de los faraones todopoderosos, o de los galantes marqueses de afilados estoques y amanerados encajes.
Gautier fue, asimismo, un declarado pagano. Una vez se definió como un "hombre de los tiempos homéricos", y en la mayoría de sus obras refleja su creencia en unos dogmas que no coinciden en absoluto con los de la iglesia católica -un espiritismo sui-géneris, la migración tántrica de las almas de un cuerpo a otro, la pervivencia del pasado en sus despojos, de las almas en las inmediaciones -por decirlo de algún modo- de sus cuerpos... Incluso se despachó a gusto con las creencias de la mayoría de sus contemporáneos: "Virginidad, misticismo, melancolía: tres palabras desconocidas (en la Antigüedad), tres nuevas enfermedades aportadas y traídas al mundo por Cristo". En verdad, Gautier deploraba la irrupción del cristianismo en su fusión y confusión del concepto moral del bien con el concepto estético de lo bello.
Por otro lado, Gautier tiene también una interesante faceta como prosista de lo que Baudelaire llamó "cuentos poéticos", y que se tradujo en una curiosa afinidad por la temática y la atmófera fantásticas, típicas de Edgar Allan Poe. Aunque en sus principios había sido un declarado admirador de E.T.A. Hoffmann, su alejamiento del romanticismo lo atrajo inevitablemente hacia el genio virginiano. Hay grandes paralelismos entre sus respectivos relatos, sobre todo su propensión a presentar a los personajes fatalmente enamorados de mujeres muertas. En el caso de Gautier, sus nombres son de lo más variopinto: Tahoser -de "La novela de la momia"-, Hermontis -de "El pie de momia"-, Clarimonde -de "La muerta enamorada"-, Spirita -de la novela homónima-, etc.
Y, como suele ocurrir con tantos genios, el aclamado Gautier debió concluir sus días de una manera poco honorable. Su producción literaria nunca le produjo grandes beneficios, y su vejez la pasó sumido en la pobreza, viéndose obligado a pedir hospitalidad a unos familiares u otros -hasta tal punto, que hubo de ser el Estado francés quien costeara su funeral. Pero para este genio excepcional, mucho peor que la escasez de bienes materiales llegó a resultar la escasez de satisfacciones espirituales, el verdadero nutriente de su alma: a pesar de haber presentado su candidatura a la "Académie Française" en incontables ocasiones, al "mago de las letras francesas" NUNCA SE LE JUZGÓ DIGNO de obtener un puesto en la institución, con el que hubiera podido vivir más holgadamente sus últimos días. ¡Y, sin embargo, hay que poner a Apolo por testigo de que no hubo escritor francés de mayor valor ni de mayor valía! Tristemente, la dignidad no parece hecha para los genios; y llegará el día en que se reconozca abiertamente que la verdadera genialidad literaria pasa, ante todo, por no haber recibido nunca el premio Nobel....
En fin, así fue como empezó a fraguarse el parnasianismo, abriéndose paso a golpe de genialidad descriptiva y sensitiva; y así fue como nuestro "Paladín de la Belleza" volvió a situarse al frente de las huestes renovadoras del arte literario -que él se esforzó en emparejar con el arte pictórico.
¡Felizmente, la GLORIA de Apolo sí que está hecha para los cultivadores de la Belleza, y consiste en recibir la más alta estimación de sus fieles para toda la eternidad!
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