viernes, 26 de octubre de 2018

Mallarmé, parnasiano


Más de un entendido en esto de la literatura francesa probablemente me replique que, si Mallarmé era parnasiano, entonces él es “Caperucita Roja”.



Pero creo que la carrera literaria de Stéphane Mallarmé (1842-1898) resulta tan imprecisa como sus poemas. Sus últimas palabras antes de morir instaron a sus herederos a destruir todos sus manuscritos, con una actitud de menosprecio excepcional entre los artistas; y durante toda su vida, la ocupación poética constituyó una actividad secundaria, ya que la profesión del autor de “La siesta de un fauno” era la enseñanza del idioma inglés. Eso, mientras su constitución enfermiza le permitió ejercerla, porque de joven fue eximido del servicio militar en plena efervescencia neo-napoleónica. 

Mallarmé sintió la atracción de la pluma tras la lectura de “Las flores del mal”, de Baudelaire; y fue, como éste, un admirador incondicional de la obra de Edgar Allan Poe (como ya hemos demostrado en publicaciones previas de este blog). Tras varios años de docencia ambulante por las provincias meridionales de Francia, donde entabló una amistad duradera con Frédéric Mistral y los demás artífices del resurgimiento de la lengua provenzal, logró establecerse en París en 1871. Ya para entonces se carteaba con Paul Verlaine, quien en 1884 consagraría su talento dedicándole uno de sus artículos de la serie de “Los poetas malditos”. Tras la muerte del “pobre Lelián”, en 1896, Mallarmé fue nombrado sucesor de aquél con el título honorífico aunque efímero de “príncipe de los poetas”. En sus poemas, por primera vez, el valor de las palabras deja de estar en su significado y pasa a residir en las sensaciones que son capaces de suscitar, en las sugestiones que producen en el lector. Así, se configura el simbolismo como oposición radical al realismo y cualesquiera otra estética de la claridad: lo oscuro y turbio, lo esotérico y numinoso, lo enigmático, se convierten en el canon ideal de la nueva poesía.



No obstante, Mallarmé publicó hasta doce poemas, uno solo (“Hérodiade”) en la segunda antología de “Le Parnasse contemporain”: y esta aportación basta para poder incluirle en el elenco de parnasianos que merecen un hueco en “Rimas de Montparnasse”… y la bendición de Apolo. ¡Ié, ié, peán!


No hay comentarios:

Publicar un comentario