viernes, 20 de abril de 2018

El parnasiano discreto

Si hubo un poeta en el Parnaso que se prodigara poco o casi nada, ése fue sin duda el bordelés Léon Valade (1841-1884).


Su apariencia física, como puede comprobarse en el cuadro de Fantin-Latour, era netamente española, vasca para más señas. Si a esto añadimos la semblanza que Camille Peletan hizo en su prefacio a las obras completas del poeta, describiéndolo como de figura menuda y frágil, nos viene a la mente enseguida otro famoso artista francés, el compositor Maurice Ravel. No es ociosa esta comparación: cuando uno lee las rimas de uno y escucha la música del otro, no puede evitar sentir dos almas gemelas, harto semejantes por la superlativa delicadeza de sus sentimientos. Aunque no existen tangencias creativas, pues Ravel no compuso sobre sus textos, y es dudoso incluso que los conociera, dada la prematura muerte del poeta con sólo 43 años, cuando el futuro autor del "Bolero" y "Daphnis y Cloe" era sólo un mocoso.

La obra de Valade se compiló en dos pequeños volúmenes de versos, editados por Lemerre, cómo no. Su temprana desaparición motivó que sus compungidos compañeros de los "Vilains Bonhommes", el grupo poético que estoy mostrando estos meses, se volcaran en la preparación de los mismos. Sobre todo, Albert Mérat, con quien había escrito en colaboración su primera antología común de poesías y que le valió a ambos el aplauso de su crítica contemporánea. Hubo que rebuscar entre sus efectos personales, cuartillas emborronadas y reversos de epístolas, así como escudriñar en revistas literarias, para legar un conjunto más o menos coherente de obras para la posteridad. Sin embargo, Valade mereció esta dedicación afectuosa y póstuma, por lo poco que sabemos de su vida. Excelente alumno del colegio Louis-Le-Grand de París, poseyó vastos conocimientos que no dudó en poner a disposición de sus amigos y de cualquiera que tuviera a bien pedirle consejo: en suma, el hombre de talento, afable y generoso, que en todas las épocas parece tocado por el favor de Apolo para apoyar al principiante extraviado. Además, allí donde estaba, constituía siempre un elemento cohesionador, para lo cual hace falta no poca paciencia y mucha tolerancia, máxime cuando hablamos de espíritus dolientes y desordenados como Verlaine, y de "enfants terribles" como Rimbaud. Por contra, careció de sus exaltaciones, y llevó una vida tranquila y rutinaria: fue funcionario público, trabajando durante el día en la prefectura administrativa, y compartiendo por la noche la vida bohemia y ociosa de los cafés parisinos. En cierto modo, su existencia se nos antoja sedentaria en grado sumo, alterada tan sólo por ocasionales viajes de vacaciones al "Midi" o a Italia, en busca del sol. No hay exilios ni vagabundeos. Valade fue una especie de Samain parnasiano, del mismo modo que Albert Samain fue un Valade simbolista. 

Ni a uno ni a otro los ha tratado bien la posteridad, es decir, NUESTRA posteridad.... para su vergüenza eterna. Pero Apolo tiene su propio templo para honrar a los creadores excepcionales.



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