sábado, 20 de febrero de 2021

La música y los parnasianos: Henri Duparc

 

La poesía y la música nacieron íntimamente ligadas en la Hélade, y hasta no hace mucho era frecuente que los músicos recurrieran a los poetas para hallar la inspiración que les permitiera componer una canción sobre letra ajena. Y cuando coinciden dos genios en la poesía y la música, la obra resultante de la conjunción de ambas suele ser superior a cualquiera de ellas por separado. Esto quiso Apolo que ocurriera entre Baudelaire y Henri Duparc.

De Baudelaire ya sabemos que fue un escritor excepcional, un auténtico reformador de la literatura. No es tan divulgado, sin embargo, que durante toda su existencia se lamentó de una continua e invencible languidez, apatía y “spleen”: todos sus escritos autobiográficos y sus cartas están repletos de una lamentación recurrente, casi una letanía, por haber nacido con esa propensión a la pereza que le impidió, verdaderamente, haber llevado a cabo muchas obras por falta de impulso. ¡Cuántas joyas no pasan del estado conceptual, de la mera idea o inspiración, en la mente de muchos grandes genios del arte! Pero en Baudelaire, esta calamidad fue más acentuada de lo habitual.

Y en esto, el músico Duparc fue su contrapartida. Aquejado por una enfermedad nerviosa incapacitante desde su juventud, como hombre fue un enfermo longevo, pero como creador un genio fugaz. Ahí donde Mozart o Wagner facturaron por docenas sus sinfonías u óperas, el desdichado y ultrasensible Duparc, a su pesar, sólo pudo legarnos un puñado de canciones y obritas breves. Pero en esos pocos pentagramas brillan casi tantos diamantes como en los gruesos volúmenes de los grandes maestros de la composición. Hoy en día, por fin, se le reconoce como uno de los grandes compositores de Francia, al mismo nivel que Ravel o Debussy.




Tanto en “L’invitation au voyage” como en “La vie antérieure”, Henri Duparc fue capaz de fusionar de un modo magistral e inigualable cada palabra con las inflexiones de la música, cada imagen con su armonización. En la culminación de “La vie antérieure” dijo haber trabajado durante diez años (entre 1874 y 1884) hasta dar con la fórmula perfecta, y es cierto que la sutileza con la que modula la música consigue crear una atmósfera sugestiva y onírica de gran belleza. En Duparc, cada nota contribuye a elevar la escritura del papel y a moldear las imágenes que bullían en el espíritu de Baudelaire, como el resultado de una insensata ecuación: música y poesía igual a un mundo, las obras combinadas de ambos artistas equivalentes a la creación de un dios. ¡Es una lástima que no pudiera conocerse la opinión de Baudelaire sobre el resultado, ya que había muerto en 1867! Sin embargo, no soy el único que opina que en estas canciones se alcanzó una cima del arte, un Everest desde el que nadie ha vuelto a cantar todavía.

Animo a todos los que quieran conocer mejor a Baudelaire, a que también tengan en cuenta la aportación de Duparc a la inmortalidad de su obra. No hay todavía libros en español que traten su vida y su obra, sólo en francés; pero la Wikipedia tiene un espléndido artículo sobre su vida, breve pero suficiente. 


Otros parnasianos a cuyas rimas puso música fueron: 

Henri Cazallis (alias Jean Lahor), en "Nocturno", "Canción triste" y "Serenata florentina"

Armand Silvestre, en "Testamento"

Sully Prudhomme, en "Suspiro"

Robert de Bonnières, en "La mansión de Rosemunda"

o también Leconte de Lisle, Théophile Gautier y François Coppée.



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