viernes, 8 de febrero de 2019

El emulador de Baudelaire


En Maurice Rollinat (1846-1903) descubrimos una “rara avis” del panorama literario parisiense. Originario de una provincia del Loira, comparece en la capital introducido nada menos que por la exitosa y polémica novelista George Sand, amiga de su padre, el cual había sido diputado por su provincia en el parlamento francés. 



Es el año 1878. En plena eclosión del simbolismo, el joven Rollinat se presenta como un pianista culto de ideas progresistas que se desenvuelve a gusto entre los asiduos al salón de Nina de Villard. Imbuido de una gran devoción hacia el recientemente desaparecido Baudelaire, canta al piano algunos poemas de éste a la par que los suyos, en arreglos que él mismo compone, y que constituirán una de las grandes atracciones del famoso cabaret “Le Chat Noire” de Montmartre.

Pero su salud estaba gravemente quebrantada por las frecuentes neuralgias que le incapacitaban para poder llevar una vida normal. En 1883, por fin, su segundo “recueil”  de poesías, titulado “Les Nevroses”, llegó a alcanzar tal éxito de edición y ventas, que el atormentado Rollinat se vio obligado a abandonar París ese mismo año para huir de la fama y los compromisos sociales, retirándose a una villa campestre de su región natal junto a su amante, una actriz que actuaba en el mismo cabaret. De no haber sido así, es posible que Verlaine y él hubieran acabado disputándose la supremacía literaria en la capital (el consabido título de “príncipe de los poetas”), pues la crítica estuvo en un principio inclinada a encumbrar a Rollinat en detrimento de aquél: un cierto ambiente “demoníaco” que impregnaba su poesía, muy aplaudido por Barbey D’Aurevilly y otros decadentistas, le hizo objeto de las burlas celosas de Verlaine, recién liberado de su confinamiento criminal en Bélgica. Y lo cierto es que, de no haber menospreciado el “pauvre Lelian” a su contrincante, es probable que le hubiera encontrado digno de portar la etiqueta de “poeta maldito” que tanto ha contribuido a la perduración de otros rimadores más modestos de su época, como por ejemplo Villiers De L’Isle Adam o Tristan Corbière. 

Solitario y taciturno, Rollinat allí pasaría los restantes veinte años de su vida, escribiendo versos pero apartado de la popularidad y sin que alcanzara al fin mayor resonancia que haber sido un hábil “emulador de Baudelaire”.


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