lunes, 7 de julio de 2025

ANTOLOGÍA PARNASIANA

 

Una de las temáticas más habituales de los poemas que compusieron las tres antologías de Le Parnasse Contemporain, publicadas entre los años 1866 y 1876 por el editor Alphonse Lemerre en París, tuvo como inspiración la Antigüedad griega y latina, durante su etapa de mayor esplendor previa a la abolición de los cultos paganos. En esta faceta creativa destacó, sobre todo, el gran poeta Leconte de Lisle. Pero la gran mayoría de los escritores de aquella década trascendental de la poesía francesa también dedicaron numerosos poemas a los dioses y diosas griegos, a las náyades y las nereidas, a Safo y a Hipatia, a Pompeyo, al Coliseo y, en especial, a uno de los tesoros antiguos que tenían a su alcance en las salas del museo del Louvre: la emblemática Venus de Milo.

Esta antología recopila buena parte de los poemas publicados bajo la etiqueta Helenismo y Roma en el blog Rimas de Montparnasse, después de casi una década de historia, e incluye muchos más que sólo recientemente han sido traducidos al español, para mostrar cómo la Grecia y Roma paganas inspiraron la poesía primeriza de autores tan relevantes como Sully Prudhomme y Anatole France, ambos ganadores del Premio Nobel; y cómo detrás de esta moda cultural se situó toda una escuela de pensamiento y estética en la que el modesto Louis Ménard, camarada de Baudelaire y hoy injustamente olvidado por la historia de la literatura, tuvo una influencia decisiva que trascendería más allá de su tiempo y su país.

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LA POESÍA DE ALBERT GLATIGNY


Albert Glatigny (1839-1873) abandonó con diecisiete años una existencia aburrida y provinciana en su Normandía natal para enrolarse en una troupe de actores y cantantes que recorrían los teatros de toda Francia y, de esa forma, poder ver mundo y llevar una existencia itinerante y aventurera. Poeta y dramaturgo, poseía un talento innato para la versificación y la improvisación en el escenario, a partir de los temas que le proponía el público. Sin embargo, el entrañable y pacífico vagabundo, altamente valorado por Baudelaire, Banville y Mèndes, tuvo un desdichado final, de esos que sublevan el alma de las buenas personas: contrajo una enfermedad incurable en los pulmones cuando unos gendarmes lo encerraron en un inmundo calabozo de Córcega, confundiéndole con un asesino en busca y captura, de resultas de la cual moriría prematuramente a los treinta y tres años de edad. 

En 1860, por mediación de sus amigos parnasianos, publicó su primer volumen de poesías, "Las vides silvestres", que aquí presentamos. Glatigny escribió su libro del tirón y se lo dedicó a Théodore de Banville, cuyas "Odas funambulescas" habían aparecido recientemente y le habían servido de inspiración y acicate para elegir la profesión de las letras. El universo fantasista, entendido en su máxima expresión, puede hallarse plasmado en ambas obras con idéntico acierto: sus temas y atmósferas, sus personajes y actitudes, sus ensueños y el resto de sus lugares comunes, como son la preferencia por la época galante o la existencia bohemia de los artistas ambulantes. Aunque a Glatigny siempre se le ha achacado cierta frialdad o insensibilidad poéticas -quizá porque en la mayoría de sus poemas ensalza, muy a las claras, las cualidades físicas de los seres humanos sobre las intelectuales-, con ello no se ha hecho justicia a una obra rica en matices y pródiga en desgarros y ternuras, como lo son, por ejemplo, la de Baudelaire o la del propio Banville. Vamos a tratar de remediar aquí este despropósito, cuando se cumplen 165 años de su publicación.

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Aquí está la única fotografía de estudio que existe en la red:



Y no he podido evitar incluir también la caricatura que plasmó su trágico destino, y en la que se puede ver al poeta encarcelado y consumido, acompañado de su perrita Cosette, a la que le dedicó un soneto que traduje hace tiempo y puede leerse en el blog, ya que no se publicó en "Las vides silvestres" sino en otro de sus libros.